viernes, 11 de mayo de 2012

EVOLUCIÓN Y DINÁMICA DE LAS CULTURAS: VIDA RELIGIOSA Y LA DIALÉCTICA DE LAS CULTURAS


LA COMPLEJIDAD DE LA VIDA RELIGIOSA



La complejidad es y ha sido característica propia de la cultura religiosa, así como las diferentes y múltiples maneras de vivir la religión. Esto se manifiesta tanto a nivel de Iglesia culta y popular como en la práctica que une el hecho de actitudes de mayor interiorización de la misma, como aquellas que responden más a aceptación y creencia en hechos o fenómenos que ocurren por la intervención inexplicable de lo divino. Normalmente se asocia esta tendencia a la superstición y falta de cultura, aunque la historia demuestra que no necesariamente van unidas las dos. En ellas pueden influir muchos otros aspectos como puede ser la vivencia de la fe que experimentan grupos de una clase social culta.






La sociedad del Antiguo Régimen era una sociedad formalmente y fuertemente sacralizada, teniendo como rasgo dominante la práctica de actos y elementos de devoción que se consideraban necesarios para mantener la fe. Muchas de estas prácticas continúan hoy día, como pueden ser el bautismo en la parroquia, invocación religiosa en las comidas, la bendición del cura en el matrimonio, la advocación a los santos, acompañamiento de autoridades civiles en los actos de relevancia religiosos, etc. Sin embargo, otras prácticas de religiosidad sí resultan anacrónicas en nuestros días, como el abuso exagerado en el culto a las reliquias de personas que se consideraban santos y la morbosidad que rodeaba al hecho, llegando incluso a establecerse mercancías con los mismos.



Así mismo, otra de las características de la época moderna será la aparición en el seno de la Iglesia católica de varias desviaciones o religiones que diferían con la ortodoxia católica, como es el caso de las Reformas protestantes iniciadas por Lutero, Calvino y Zwinglio. Surgen como respuesta a diferentes criterios de interpretación de los escritos bíblicos, así como diferencias en la concepción de las liturgias y ciertos puntos del dogma. Del mismo modo, la aparición del humanismo, corriente liderada por Erasmo de Rotterdam y diversos intelectuales y artistas italianos, provoca una reacción frente a la Iglesia oficial; nuevos pensamientos vinculados con la inclusión de la razón como forma de llegar al conocimiento y concepciones más humanas en las relaciones, que dieron lugar a nuevas maneras de entender el hecho religioso. Todas estas desviaciones tuvieron como respuesta por parte de la Iglesia oficial una reforma interior cuyo programa se establecía en el Concilio de Trento. Trento renunciará a la sencillez evangélica, rodeando los oficios religiosos de una pomposa ceremonia, acompañada de grandes movimientos de masas en actos públicos que conduzcan a la devoción, intentando prescindir de los santos sanadores, asociados a posibles supersticiones. Por otra parte, se introducirán nuevas devociones como el Rosario. Las consecuencias y la crueldad en la ejecución de determinadas disposiciones emanadas de Trento, como es el caso del Tribunal de la Santa Inquisición, dieron lugar a que en el s.XVIII se permitiese la entrada a un laicismo que veía una Iglesia separada, desviada de la concepción evangélica, y que no ofrecía soluciones a una sociedad que planteaba dudas y problemas, una sociedad que quería respuestas más de acuerdo a los nuevos tiempos, tan influenciados por la Ilustración.





LA DIALÉCTICA DE LAS CULTURAS

La cultura como manifestación de ideas e ideologías, de actitudes mentales y creencias profundas, de sentimientos y vivencias, de hábitos y costumbres cotidianas, produce una multitud de formas y modalidades culturales que conforma una estructura común de la que participan, en mayor o menor medida, todos los grupos sociales. Todos construyen una identidad cultural que con el tiempo incide en una separación entre grupos, lo que hace que hablemos de una cultura fragmentada en parcelas y niveles culturales que se relacionaban entre sí, enriqueciéndose o excluyéndose, a través de una influencia recíproca.


La dialéctica explica, por un lado, la dificultad para delimitar concretamente las distintas áreas y esferas culturales, y por otro lado explica la lucha interna de cada cultura por dominar y controlar a las demás. En este sentido podemos distinguir entre una primera época en la que tenemos una cultura más variada y diversificada debido a que las relaciones de poder era más equilibradas y, según avanzamos en el tiempo, vemos que se aprecia una ruptura entre las formas culturales -cuyo origen se encuentra en la alfabetización de las élites sociales-, tomando ventaja la cultura oficial y sabia característica de las élites dominantes en su doble vertiente: lo civil y lo eclesiástico. Esto lleva a modificaciones en la ideología y en las mentalidades, se buscan nuevos vehículos de transmisión cultural, además se marginan aquellas formas que no se ajustan a su sistema de codificación cultural.
Junto al estado, la Iglesia también realizó una ingente labor de cara a la cristianización de las culturas: en el paganismo o en las creencias mágicas y heterodoxas. La intención primordial de clérigos, en primer lugar, y de magistrados y funcionarios después, era la de eliminar todas las prácticas desviadas importando poco o nada la manera -desde la censura o la quema de libros a ejecuciones-. La cristianización acabó por dominar la cultura, y fue la cultura popular el instrumento base para la dominación ideológica a través de una campaña destructiva sobre un mundo cultural fragmentado, y esta dominación fue en consonancia con el absolutismo en la parte política.
Podemos distinguir varias fases para esta ruptura:
- Alta Edad Moderna: Los representantes de la cultura oficial y de la sabia atacaron brutalmente las creencias y comportamientos de las masas, sobre todo aquellas que podían suponer algún tipo de transgresión respecto al orden social vigente. Destacan aquí los humanistas -con la contraposición de clásico contra bárbaro, o lo que es lo mismo, sabios contra rústicos- y los reformadores religiosos de las dos iglesias.
- Baja Edad Moderna: En paralelo al absolutismo. Aquí hay que hablar de cultura impresa, educación y civilidad, términos con que las clases altas querían desmarcarse de las masas populares.
La ruptura se dio de manera clara en Francia durante el siglo XVII cuando las palabras cultura y civilización adopten una acepción lingüística diferenciadora. La primera se refiere a la cultura letrada -intelectuales y élites- mientras que la segunda indica una idea de progreso intelectual, técnico, moral y social -participan amplias capas de la sociedad-; fuera sólo quedaba una gran masa analfabeta e iletrada, cuya vida discurre entre la superstición y la ignorancia, sufriendo el desprecio de los otros dos grupos.
Estas culturas seguirán, a partir de aquí, caminos divergentes. La cultura y religiosidad popular permanecen aferradas a conceptos como tradición oral y visual, superstición, magia, devoción, diversiones, saberes tradicionales. La cultura oficial depura sus manifestaciones religiosas y sus creencias, impone la tradición escrita, evoluciona hacia la ciencia y fomenta la educación. Dada esta ruptura, las élites controlarán la cultura sabia y las clases inferiores se aferrarán a la cultura popular como vía de transmisión del conocimiento hasta que a mediados del siglo XVIII se experimentarán los primeros cambios. 

lunes, 7 de mayo de 2012

LAS VÍAS DE COMUNICACIÓN CULTURAL


Existía una triple vía de transmisión de las tradiciones culturales en esta época:
  • Transmisión oral → palabra
  • Transmisión icónico-visual → imagen
  • Transmisión escrita → escritura

Estas tres vías no eran exclusivas, sino que las tres se complementaban de manera que cada una ayudaba a desarrollar las otras dos. No obstante, sí se asistió a la variación que provoca el paso del tiempo. El medio más generalizado era la oralidad -pues participaban las tres clases sociales-, y así siguió siendo durante los siglos XVI y XVII. No hay más que observar el campo religioso, con la catequesis y la predicación, así como la enseñanza escolar; en esta última se observa en Francia el predominio de la oralidad hasta la segunda mitad del siglo XVII, momento en que se asiste a la escolarización en masa o el aprendizaje de un oficio y es entonces cuando la escritura gana terreno. Por su parte, la tradición icónico-visual era el resultado de una larga tradición en el medievo debido a la imaginería y los grabados religiosos que tanto afloraron en el interior de las iglesias, puesto que una simple imagen podía abarcar las otras dos vías, véase la iconografía religiosa que infundían el miedo en la población y conseguía adoctrinar. En términos generales, la tradición oral era a la que accedía la amplia mayoría de la población, mientras que entre las otras sólo una minoría podía moverse con fluidez.

a) Tradición oral

La diferencia entre la oralidad y la lengua escrita es que la primera presenta las características del lenguaje hablado, es decir, las expresiones no siempre se ajustan a las reglas gramaticales como sí ocurre con la segunda. Es por ello que la tradición oral se adquiere de forma mecánica durante el desarrollo biológico debido a la relación con el resto de personas del entorno.
Las lenguas están catalogadas, una jerarquización que había en la edad moderna, sobresaliendo el latín como lengua universal y vehículo de la cultura sabia, seguido en menor medida del griego y del hebreo. Esta jerarquización vio en el Renacimiento y el Humanismo un apoyo, pues los eruditos del momento, los tratados científicos, la lengua eclesiástica y los libros del Antiguo Régimen están en latín. Las lenguas vernáculas eran habladas por comunidades nacionales, teniendo su progreso con el auge del carácter nacional de alguna población; estas lenguas se asentaron con la creación de las primeras gramáticas en lenguas vulgares a principios del siglo XVI. Mención especial en este sentido merece el Protestantismo, pues promulgaba la difusión en lengua vernácula y finalmente, en el siglo XVIII llegan a tener estas lenguas la misma categoría que las clásicas. El latín, por tanto, acaba siendo sustituido por lenguas vulgares -como francés o italiano- en los documentos oficiales. 
La transmisión oral se producía de generación en generación, siendo fórmula habitual las canciones de cuna, las narraciones, leyendas y cuentos infantiles, que se contaban a los niños en el ámbito doméstico, que es el lugar de transmisión oral por excelencia; en este contexto también cabe hablar de las historias de la familia, de la nación o de la comunidad, la duda planteada por algunos historiadores es si en este ámbito hogareño se transmitían nuevas formas culturales como el texto escrito mediante la lectura. La transmisión oral también encontró su foco en fuera del marco doméstico, ya que vías públicas, calles y plazas son espacios donde juglares y poetas se dedicaban a contar sus historias, unas narraciones que se correspondían con una literatura de evasión, sueños y utopías ante la realidad tan cruda que en su mayoría vivían.

b) Tradición icónico-visual

«La buena noticia para los historiadores es que el arte puede ofrecer testimonios de algunos aspectos de la realidad social que los textos pasan por alto...la mala noticia es que el arte figurativo a menudo es menos realista de lo que parece, y que, más que reflejar la realidad social, la distorsiona. Sin embargo, y por volver a las buenas noticias, el propio proceso de distorsión constituye un testimonio de ciertos fenómenos que muchos historiadores están deseosos de estudiar: de ciertas mentalidades, de ciertas ideologías e identidades”. (…) Las imágenes dan acceso no ya directamente al mundo social, sino más bien a las visiones de ese mundo propias de una época. El testimonio de las imágenes debe ser situado en un contexto, o mejor dicho, en una serie de contextos (cultural, político, material, etc) entre ellos el de las convenciones artísticas. El testimonio de una serie de imágenes es más fiable que el de una imagen individual. (…) En el caso de las imágenes, y también en el de los textos, el historiador se ve obligado a leer entre líneas»
BURKE, Peter. Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico, Barcelona, Crítica, 2001

La imagen como medio transmisor de un mensaje determinado tenía una función pedagógica tanto en materia religiosa como política. La imaginería tuvo una gran importancia de relieves, retratos y esculturas en los medios rurales dentro de la iconografía funeraria: sarcófagos, sepulcros, tumbas o túmulos. La Iglesia encontró en las imágenes una manera de difundir la ortodoxia a través de exvotos o estampas.
Los exvotos eran una ofrenda religiosa que casi siempre representaban a la Virgen como mediadora entre Dios y los hombres con el fin de salvaguardas sus almas, pero también los cultos marianos se desarrollaron.
Las estampas -que utilizaban la xilografía- fue la mayor forma de difusión de la idea política o religiosa. Se puede hablar de estampas con temática profana y de carácter popular como actividades profesionales o escenas cotidianas, incluso imágenes de astrología. Otra temática era la política, pues príncipes y monarcas utilizaron las imágenes alegóricas y simbólicas ara exaltar sus gobiernos o medidas. La tercera temática es la religiosa, pues al ser vendidas sueltas eran usadas como un medio de devoción que se podía trasladar al entorno doméstico y privado -debido a que eran pequeñas y baratas-; la Contrarreforma encontró en las estampas un instrumento muy eficaz, presentando grandes temas de su devocionario como la Inmaculada Concepción o la Magdalena.


Félix de Lucio Espinosa en El Pincel nos revela que «nos lleva también la Pintura al conocimiento de la suma Verdad, con tantas ventajas que mueve más los afectos ver padecer en las imágenes que oír referir sus Martirios, porque es más firme la representación y queda con más permanencia aquel objeto lastimoso en la idea que la voz, que puede introducir al corazón sus piedades, y borrarlas, o con la facilidad de mal concebidas, o con el descuido de no reparadas»
LUCIO DE ESPINOSA, F. El Pincel, 1681 

c) La escritura: entre el manuscrito y el impreso

Desde etapa medieval la escritura era exclusiva de una minoría intelectual como eran los miembros del clero, círculos universitarios, algunas residencias señoriales o ambientes cortesanos. Es la necesidad de documentan y salvaguardar los datos lo que convierte a Europa en una civilización escrita debido a dos motivos:
       - La capacidad de transmitir y constatar de forma permanente un dato.
       - Avalar la autenticidad con mayor garantía que de forma oral.
Elaborar un libro era muy costoso debido al laborioso proceso que conllevaban las ediciones manuscritas que se había heredado del medievo. Era imprescindible ser meticuloso, usar un pergamino de gran calidad, una buena tinta y un encuadernado óptimo para que el libro perdurase. Además, este podía estar ilustrado mediante un iluminador. Esta serie de condiciones hacen que las obras encargadas emanen de instituciones religiosas o administrativas. La revolución se produce con la difusión de la imprenta, de manera que invierte la situación y la escritura gana terreno tanto en los espacios públicos como en los privados: carteles, leyes, acuerdos o edictos.




BIBLIOGRAFÍA ESPECÍFICA PARA AMPLIAR

BOUZA, Fernando, Palabra e imagen en la  Corte. Cultura oral y visual de  la nobleza en el Siglo de Oro, Madrid, Abada Editores, 2003.
BURKE, Peter, Hablar y callar. Funciones sociales del lenguaje a través de la historia, Barcelona, Gedisa, 1996.
BURKE, Peter, Lenguas y comunidades en la Europa Moderna, Madrid, Akal, 2007.
BURKE, Peter, Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico, Barcelona, Crítica, 2001.
PORTUS, Javier, y VEGA, Jesusa, La estampa religiosa en la España del Antiguo Régimen, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1998.
TREVOR ROPER, Hugh, Príncipes y artistas. Mecenazgo e Ideología en cuatro Cortes de los Habsburgo, 1517-1623, Madrid, 1992.

CULTURA SABIA Y POPULAR. ESPACIOS CULTURALES



Cultura sabia y popular


La cultura popular se caracteriza por su variedad, se puede decir que existen tantas variantes como los grupos que la producen y la consumen. Lo que más llama la atención es su permanente capacidad creadora, la búsqueda de nuevos cauces de expresión, en la adaptación a los nuevos patrones ideológicos o religiosos, o en su habilidad para resistir el envite de la reforma sin perder su identidad.
La cultura popular descansa fundamentalmente en la tradición oral (cuentos, canciones) y visual (estampas, imaginería, grabados) pero conforma la tradición impresa ganaba terreno en la sociedad, fue desarrollando nuevos instrumentos de difusión generando una producción escrita que ganaría terreno rápidamente bajo la forma de pliegos, folletos, libros, de manera que se ampliaba el horizonte cultural.
Nos referimos en estas líneas a tres formas de comunicación escrita: los folletos y pliegos de cordel, los libros baratos de venta ambulante y la literatura proverbial, que constituyen un buen ejemplo de la interferencia mutua entre cultura popular y cultura sabia.


Los pliegos del cordel

Género literario de y para pobres, muy popular y con gran difusión en países como Francia, Inglaterra y España. Eran pliegos sueltos y manuscritos que llevaban los ciegos atados a su cintura con una cinta o cordel, de ahí su nombre, y eran vendidos por unas pocas monedas en las calles y plazas de las ciudades y poblaciones rurales. Muchas veces eran cantados o recitados por el propio vendedor para suscitar el interés del público.
Más que la temática, que podía ser muy variada, interesaba la forma en que se trataba, sentimental, moralizante, jocosa o satírica; en muchos de ellos aparecían ilustraciones para facilitar la comprensión del texto escrito. Sirvieron de vehículo transmisor de la literatura culta, literatura religiosa o de sucesos históricos.



En España alcanzó una enorme difusión hasta bien entrado el siglo XIX, siendo ampliamente utilizados para dar a conocer el Romancero, un género muy popular en la sociedad española, heredero de la tradición medieval, que todavía en el siglo XVI gozaría de gran popularidad y que, en los siglos posteriores evoluciona hacia una literatura que reivindica lo genuinamente popular, lo considerado vulgar por las élites pero que representa un signo de identidad para las masas, llegándose a editar millares de ellos hasta que Carlos III en 1767 prohíbe la impresión de estos romances de ciego.

La Biblioteca Azul de Troyes y otras colecciones populares


Uno de los cambios que favoreció la generalización de la cultura escrita se produjo gracias a la visión de unos editores que decidieron sacar a la venta una colección de libretos populares a un precio menor en Francia que se denominaron Biblioteca azul. Para ello, modificaron tanto el aspecto interno como el externo de los libros. Esta nueva biblioteca nació en 1630 en Troyes bajo las manos del editor Nicolás Oudot quien introduce una revolucionara técnica para incrementar las ventas de dichos libros y así conseguir más beneficios. Confeccionó unos librillos en pequeño formato para que fueran más manejables, eligiendo un papel de peor calidad, lo que hacía que el precio de los mismos también se abaratara. Dichas obras eran vendidas por comerciantes ambulantes y buhoneros. Eran adaptaciones de grandes clásicos confeccionados al nuevo formato. Las obras van desde novelas picarescas hasta tratados y manuales de comportamiento, preocupados por la educación.
En la Biblioteca Azul destacan las obras picarescas, ya que están destinadas no sólo a entretener, sino también a hacer reír y agradar. Lo fantástico es convertido en humano al igual que el héroe. Los protagonistas pertenecen a la sociedad, son integrantes de un mundo real, no imaginario. Los personajes son mendigos, bohemios, vendedores ambulantes… Además, este tipo de obras podían ser del gusto tanto de las clases más altas, debido a que le acercaban a un mundo desconocido para ellos, como de las clases más bajas, puesto que se podían sentir identificados con los protagonistas.
Los libros están escritos por personas de alta condición social, y también tienen cierta función pedagógica para los lectores. Recordemos que estos libros no eran comprados únicamente para la lectura individual, sino que muchas veces se convertían en agentes de socialización y eran leídos en reuniones de familiares y amigos, por lo que su mensaje llegaba a un gran número de receptores. Esto no pasó desapercibido para los autores, por lo que, además de incorporar determinadas enseñanzas morales, se cuidaron de escribir cualquier indicio que empujara a estas clases populares hacia cualquier tipo de revuelta, por lo que la estructura social y la jerarquización estaba descrita tal como era concebida por las altas capas.
A la hora de interpretar el porqué del nacimiento de la Biblioteca Azul nos encontramos con visiones opuestas. Unos autores ven en la Biblioteca Azul un fenómeno más económico que cultural, es decir, que la finalidad de Nicolás Oudot y sus seguidores no será ayudar a la culturización de las clases populares urbanas y rurales, sino más bien perseguir el lucro personal. Otros ven un fin mucho más prolífico en el campo del saber. Defienden que el fin último de la Biblioteca Azul era educar y acercar la literatura docta de una manera más sencilla a las clases populares. Asimilando de esta manera la cultura sabia a la cultura popular.


La literatura de proverbios

A fines del siglo XV apareció en algunas ciudades francesas un librito titulado Los dichos de Salomón con las respuestas de Marcolf, donde el gran sabio de la antigüedad comentaba proverbios rimados de un gran contenido moral.
Se pueden distinguir dos tipos de obras en cuanto a su contenido: los que contenían sentencias o máximas de los sabios o filósofos de la Antigüedad clásica, atribuidas a ellos, que les avalaba en su intención moralizante, y les daba un innegable prestigio entre la gente; y los que se atribuían a campesinos y plebeyos, deseosos de transmitir sus experiencias, y que también alcanzaron un crédito determinado sobre todo entre el público popular. Su autoría se atribuye generalmente a clérigos anónimos que se expresaban bajo forma literaria metafórica y sobre los típicos temas suficientemente conocidos por todo el mundo.
En el siglo XVI los humanistas reconocieron el enorme valor moralizante que suponía estas colecciones, por su lenguaje directo y fácilmente comprensible, de manera que empezaron a editar compilaciones similares donde se comentaba la significación del proverbio y su estructura lingüística para facilitar su estudio. Así, mientras en los ambientes campesinos y populares permanecieron prácticamente inalterados, en los ambientes cultos empezaron a sufrir mutaciones, cambiándose las palabras malsonantes por otras más refinadas. A principios del siglo XVII la mayor parte de los proverbios franceses fueron recogidos por Gilles de Noyers en su Tesoro de la lengua francesa, antigua y moderna (1606), pero su época de esplendor ya había pasado.
En el siglo XVIII prácticamente desaparecieron tras la crítica de los ilustrados que consideraron su contenido un cúmulo de ignorancia total, algo opuesto al progreso y la razón.


Los espacios culturales: mundo urbano y mundo rural

La mayor circulación de fuentes impresas en la sociedad del Antiguo Régimen y el desarrollo de una cultura claramente asequible a las masas por razones económicas y lingüísticas, facilitó la aparición de grandes diferencias entre el medio urbano y el rural.
En el mundo rural la tradición cultural siguió moviéndose durante mucho tiempo en una visión del mundo animista y mágica, entre unas coordenadas culturales donde la oralidad, gestualidad e iconografía eran fundamentales frente a la escasa importancia concedida a las formas escritas debido, en gran parte, a la ausencia de alfabetización; aún así, era común la lectura en voz alta por lo que ésta funcionó como medio de culturización; los campesinos suelen tener una mentalidad muy cerrada y poco dispuesta a las influencias externas. Además, tienen pocas ocasiones para establecer intercambios culturales; conscientes de su inferioridad, de su ignorancia, se encontraban cohibidos ante los habitantes de las ciudades.
La cultura urbana, por el contrario, es más dinámica y receptiva a las novedades y los intercambios culturales de todo tipo. En este ambiente, las fuentes escritas fueron ganando terreno rápidamente. Los profesionales de la justicia, los médicos, la burguesía comercial y de negocios, necesitan la consulta frecuente de libros para el ejercicio de su profesión, acostumbrados a sacar de los libros no sólo utilidad sino placer. Es en ellas donde aparecen los primeros arrendadores de libros, en la Francia de Luis XIV, las pioneras bibliotecas públicas destinadas al préstamo individual.

INTOLERANCIA Y REPRESIÓN CULTURAL



   Desde la invención de la imprenta, los poderes públicos asumieron el control sobre ediciones al ver el medio de difusión de ideologías que suponía tan prodigioso invento. La censura estatal se convirtió en una actividad sistemática de control, en la cual influyó mucho la reforma y la contrarreforma.



Censura eclesiástica



   Tras las primeras ideas heréticas llegadas de Alemania en los primeros años del siglo XVI, Alejandro VI fue el pontífice que ordenó medidas para el control sobre libros y escritos si eran considerados heterodoxos en su contenido. Cuando Lutero era sobradamente conocido, se realizaron los primeros Índices: catálogos de libros prohibidos. Pablo IV ratificaría este edicto para todos los países católicos, siendo revisado periódicamente. 



C    Censura en los países católicos
   Considerada como asunto de estado, destaca el ejemplo de España, donde la Inquisición era el instrumento para la colaboración entre Monarquía e Iglesia en cuanto al control ideológico sobre cualquier producción bibliográfica. A partir de 1502, se hicieron necesarias unas licencias previas de la autoridad civil (Audiencias de Valladolid y Granada), y posteriormente de la misma Inquisición o del Consejo de Castilla entre 1520-50. El Consejo de Aragón también podía actuar al respecto a partir de 1558, mientras que los edictos prohibitivos quedaron para el Santo Oficio. En época de Carlos V, hubo un férreo control sobre las librerías y las bibliotecas (ya fueran particulares o públicas), que no podían incumplir los edictos prohibitivos.
   Los infractores no sólo eran los autores y lectores de los libros considerados heréticos, sino también sus poseedores, que debían destruirlos y/o entregarlos a las autoridades inquisitoriales. Diferentes penas eran las destinadas a los que incumplían estas leyes censoras: confiscación de libros, abjuración, oraciones, ayunos, peregrinaciones, excomunión, muerte. Esto pervivió hasta bien entrado el s. XVIII, cuando aún era dificultosa la edición de un libro. A veces se necesitaban permisos especiales para leer ciertos libros, pero no sin un informe previo del confesor o el párroco. Ya con Carlos III se quitaron atribuciones censorias a los Índices inquisitoriales, estableciendo que los libros prohibidos debían antes pasar por el Consejo de Castilla.
   El proceso inquisitorial comenzaba con una denuncia al Tribunal o cuando un inquisidor encontraba un libro herético. Los calificadores, versados en teología, estudiaban el libro para emitir el dictamen, y los inquisidores lo publicaban en edictos o índices. No sólo las obras religiosas sufrieron censura: también la literatura de ficción y numerosas obras de teatro. Pondremos algunos ejemplos: en 1531, se prohibía introducir en América libros de romances o historias fabulosas y profanas (tipo Amadís); en la Península fue prohibido el Lazarillo hasta 1573, con la omisión de dos capítulos. Posteriormente, le tocó el turno a la Celestina, y también a algunas comedias de Quevedo y Lope. Este último caso me parece curioso, pues en 1614 nuestro ilustre Lope de Vega decidió ser ordenado sacerdote.
   En Francia, la Monarquía asumió desde el s. XVI el control de las ediciones a través de la Cancillería, con un cuerpo de inspectores y censores reales. Tras el edicto de Nantes (1598) parecía haberse instalado la tolerancia religiosa, pero en el siglo XVII hubo una política restrictiva (acuciada por gran parte de la sociedad francesa y la Iglesia nacional) culminada en 1685 con el edicto de Fontainebleau, que revocaba al anterior, recrudeciéndose así la censura. Es más, en 1757, se impuso la pena de muerte para los que atentaran contra el Estado y la Iglesia.


Censura en los países protestantes
   No se libraron estas naciones que adoptaron la reforma evangélica de la censura religiosa e intelectual. Lutero, Zwinglio y Calvino, que necesitaban libertad religiosa para divulgar sus postulados reformistas, se opusieron a esa libertad con un sectarismo cercano al fanatismo. Lutero planteó la más dura represión contra los anabaptistas; Zwinglio limitó las prácticas católicas hasta suprimir la Misa (1525) al tiempo que declaraba como única la religión reformada. En Alemania, hubo un sinfín de imprentas y ediciones desde los primeros años del Quinientos, por lo que las autoridades siempre quisieron controlarlas, a pesar de la Paz de Augsburgo, rota en la Guerra de los Treinta Años, en la cual volvieron a enfrentarse católicos y protestantes.
   En los países escandinavos, el luteranismo supuso la prohibición del culto católico: Dinamarca así lo estableció en 1536, mientras que Suecia hizo lo propio, tras la aprobación de la Dieta, en 1544. En Inglaterra, las persecuciones cayeron sobre católicos y puritanos. Enrique VIII publicó la primera relación de libros prohibidos; hacia 1535, multitud de obras y bibliotecas habían sido destruidas en el país, y en 1543 se impusieron una serie de condiciones concretas para leer la Biblia. Eduardo VI continuó con la política destructiva, pues el anglicanismo había sido declarada religión única en 1553, quedando las demás prohibidas bajo pena de muerte en la hoguera. Isabel I fue más lejos, censurando cualquier libro que no tuviera licencia de la misma reina o de su Consejo de Obispos, y la enseñanza quedó en manos de la Iglesia anglicana. Los infractores podían ser castigados con la horca, el arrastre o el descuartizamiento. Con la llegada del Protectorado, Oliver Cromwell se mostró a favor de la libertad religiosa, favoreciendo la readmisión de judíos y excarcelación de cuáqueros en 1656. Pero, en la práctica, no llegó a ser una realidad la libertad de conciencia, pues ni los católicos ni los disidentes radicales disfrutaron de ella. En estos países, que hasta el siglo XVIII tuvieron una censura enfocada principalmente a la religión, debido a la aceptación del racionalismo y la evolución del pensamiento político llegó la libertad de prensa, con su máximo exponente en Holanda, cuyas imprentas trabajaron al máximo rendimiento para sacar libros de la Ilustración censurados en sus países de origen. 







Consideraciones finales
    Leer y hablar sobre la represión cultural que tuvo lugar durante la Edad Moderna puede parecernos hoy día algo chocante debido a la fortuna que tenemos de vivir en un Occidente donde se goza de libertad de prensa y de pensamiento. La censura no es patrimonio de la Edad Moderna, ni de la Inquisición, ni del fanatismo calvinista que hemos ido viendo a lo largo de la exposición. La censura sobre la cultura escrita ha existido siempre, con diferentes patrones y mayor o menor permisividad. Esto se debe a algo evidente: los poderosos, conscientes de que su poder provenía de la divinidad, no han permitido jamás cualquier oposición o disidencia que se manifestase en libros, panfletos, escritos, etc. La libertad de prensa y de conciencia es algo muy reciente si echamos la vista atrás a la Historia de la Humanidad. Ha habido que esperar a los postulados de la Ilustración, que fueron puestos en práctica en la Independencia de los Estados Unidos y, pocos años más tarde, en la Revolución Francesa, para que se declarasen una serie de derechos y libertades universales que garantizasen cualquier religión o ideología. Evidentemente, todo esto era teoría, pues para una total libertad de conciencia todavía habrían de pasar muchos años. El ejemplo más claro lo tenemos durante el desarrollo de la Revolución Francesa, cuyas novedades incluían la libertad de prensa y de conciencia; sin embargo, hubo etapas de la Revolución (el Terror, con Robespierre a la cabeza) en que resultaba imposible mantener una disidencia ideológica, a riesgo de terminar en la guillotina. Incluso años después, con Napoleón Bonaparte a la cabeza del Imperio Francés, supuesto exportador de la Revolución, la libertad política en Francia brillaba por su ausencia.
   Con esto quiero decir que, desgraciadamente, han hecho falta demasiados años y demasiados derramamientos de sangre para que los países occidentales alcanzasen la libertad de prensa y de conciencia. Y, aun así, estos países volverían a vivir períodos dramáticos de censura en el siglo XX con la llegada de las dictaduras fascistas, nacionalsocialistas y comunistas a partir de los años 20.
    En relación con la Edad Moderna, podemos plantear una última cuestión. En los países protestantes, como hemos visto, recién instaurada la Reforma se acudió a la censura, cuando al calvinismo y al luteranismo era precisamente la censura eclesiástica lo que les había hecho tropezar continuamente. Parece paradójico que una religión que había sufrido la censura recurriese, una vez alcanzado el triunfo, a esa misma censura pero en sentido contrario. Esto no es más que lo que decíamos al principio: antes de que llegasen los postulados de la Ilustración, los sistemas políticos y religiosos imperantes por lo general han tendido a controlar la disidencia y la oposición para evitar que su poder se tambalee. Por otra parte, los países protestantes alcanzaron antes la libertad de prensa, lo cual parece lógico, pues el catolicismo estuvo demasiado tiempo cerrado e intransigente a cualquier corriente religiosa diferente. El pensamiento protestante tenía, per se, una predisposición a aceptar antes o después la libertad de prensa y de conciencia, al igual que también era favorecedor de una mayor apertura económica (según la tesis de Max Webber), mientras que el catolicismo permanecía anquilosado en sus modelos de pensamiento filosófico, por lo que la censura en esos países parecía destinada a perdurar durante más tiempo. Afortunadamente, esto ha cambiado con el transcurso de los años. Hace pocos días, el 3 de mayo, fue el Día Internacional de la Libertad de Prensa. Hoy nos parece algo normal, cotidiano; pero hemos visto cómo hace trescientos años era algo impensable. Sepamos apreciarlo, pues tan sólo una pequeña parte de los hombres a lo largo de la Historia han podido disfrutar de un sistema sin censura cultural e intelectual.